

Asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco. Grabado de época.
Referencia: Extraído de Marcela Ternavasio: Historia de la Argentina, 1806-1852, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2009. Págs. 196-197.
Parménides
“Es hermoso y divino el impulso que te empuja a buscar las razones de las cosas. Pero ejercítate y adiéstrate en esto que en apariencia no sirve para nada, y que el vulgo llama palabrería sutil, mientras eres aún joven; de lo contrario la verdad se te escapará de entre las manos.” (Platón)
Metafísica
“Puesto que buscamos esa ciencia, habrá que examinar de qué causa y de qué principios la sabiduría es ciencia... El conocimiento de todas las cosas pertenece necesariamente a quien posee la ciencia de lo universal, porque éste conoce de alguna manera los casos particulares que el universal abraza [...] Estos conocimientos, es decir los más universales para el hombre, son quizás los más difíciles de adquirir, porque son los más alejados de las sensaciones. Además, las ciencias más rigurosas son las que en mayor medida se ocupan de los primeros principios [...] Más aún: la ciencia que se ocupa de las causas es instructiva en mayor medida que la que no lo hace, pues enseñar consiste en poder suministrar las causas de cada cosa [...] Quien aspira a conocer por el conocer mismo tendrá una decidida preferencia por la ciencia más cabal [...] La ciencia dominante y superior a la subordinada es la que conoce en virtud de qué fin ha de hacerse cada cosa.” (Aristóteles)
Filosofía del derecho
“Para agregar algo más sobre la pretensión de enseñar cómo debe ser el mundo, señalemos que la filosofía llega siempre tarde. En tanto pensamiento del mundo, aparece en el tiempo sólo después que la realidad ha consumado su proceso de formación y se halla ya lista y terminada. Lo que enseña el concepto lo muestra con la misma necesidad la historia: sólo en la madurez de la realidad aparece lo ideal frente a lo real, y erige a este mismo mundo, aprehendido en su substancia, en la figura de un reino intelectual. Cuando la filosofía pinta con sus tonos grises ya ha envejecido una figura de la vida que sus penumbras no pueden rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva recién alza su vuelo al atardecer.” (G.W.F. Hegel)
La filosofía como ciencia estricta
“El incentivo para la investigación no tiene que provenir de las filosofías sino de las cosas y de los problemas. La filosofía es, sin embargo, por esencia la ciencia de los verdaderos principios, de los orígenes [...] La ciencia de lo radical también tiene que ser radical en su proceder y desde todos los puntos de vista. Ante todo, no debemos parar hasta haber llegado a principios absolutamente claros, es decir, a problemas totalmente claros, hasta haber adquirido métodos trazados en el sentido propio de esos problemas y el campo último de trabajo en el que se dan las cosas con claridad absoluta.” (E. Husserl)
Gaya ciencia
“El filósofo es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera y sueña [...] cosas extraordinarias.” (F. Nietzsche)
Luego de la muerte del emperador Constantino acaecida en el 337, le sucedieron en el poder sus hijos, y tiempo después, luego de varias pugnas entre los sucesores, quedaron al frente del Imperio los militares Valentiniano y Valente. Este último gobernó hasta el año 379, cuando al producirse el desborde del limes de la zona del Danubio por una invasión de visigodos, decidió enfrentarlos en la batalla de Adrianópolis, siendo vencido y muerto en el desarrollo de este combate, suceso que dejó al Imperio Romano mal parado y con gran debilidad.
“(...) daba (...) una impresión de afabilidad a cuantos accedían a él, pero prologó con molicie y desidia su reinado, llevando el desorden a las magistraturas ya existentes (...).”[4] Y así, “tal fue el punto al que la desidia del Emperador (...) llevó todas las cosas (...) que dilapidaba al azar los caudales del Estado entre quienes no lo merecían, (...) con lo que puso en venta los gobiernos provinciales (...). Y podía verse cómo cambistas, usureros y otros que ejercían (...) los más viles oficios, brindaban las insignias de las magistraturas y entregaban las provincias a los que disponían de mayores recursos.”[5]
El emperador Teodosio y San Ambrosio (1619-1620), de Anton van Dyck
Notas:
De las variadas rebeliones que se suscitaron en el área Andina, correspondiente al Virreinato de Perú, a lo largo del siglo XVIII, una de las más importantes fue la llevada a cabo por Juan Santos Atahualpa. De este singular personaje se conoce muy poco, y hasta podría decirse que su figura tiene un tinte enigmático.
rebelión de Juan Santos Atahualpa, es necesario vislumbrar y tener en cuenta que este individuo ejercía un liderazgo fundamentado en el mesianismo andino, de una manera similar a como lo hará en su rebelión Túpac Amaru II. Este mesianismo, según Ossio, constituye “(...) un fenómeno impregnado de religiosidad que está latente en los Andes desde antes de la Conquista (...). Las expresiones de este fenómeno (...) son múltiples pero debajo de ellas una estructura andina sigue manteniendo su fuerza (...) sobre una forma mítica de ver el tiempo, el espacio, el orden social (...).”[8] De esta forma, Juan Santos Atahualpa utilizó el mesianismo para imbuir a su rebelión de un componente que él creía que sería fundamental para lograr extender el levantamiento hacia el interior del Virreinato del Perú, es decir, la antigua cosmovisión incaica como pilar principal de su liderazgo y el acatamiento de su nuevo poder, ya que, “(...) el líder, por cuanto tal, tiende siempre a la conservación de las estructuras y valores de integración respecto de su mismo liderazgo (...).”[9] Por esta razón, los estudiosos coinciden en presentar al levantamiento de Juan Santos Atahualpa como un fenómeno distinto al resto de las rebeliones del siglo XVIII.[10]
Ejecución de frailes franciscanos por los indígenas servidores de Juan Santos Atahualpa, el 17 de Septiempre de 1742, luego del episodio conocido como la batalla del río de la Sal (Perené). Mural del Convento de Ocopa.

mantener sujeta la voluntad de sus súbditos, mediante un análisis de los testimonios que dejaron los reyes en sus palacios, puede verse con claridad que los asirios aplicaron métodos usuales de dominación junto a prácticas desconocidas, o no tan utilizadas, que sembraron, no sin razón, el pánico y el terror a aquellos individuos o poblaciones lo bastante atrevidos como para animarse a enfrentar el yugo asirio. Uno de estos nuevos métodos de terror fue la deportación de la población rebelde hacia horizontes foráneos, implementado por Tiglat-pileser III. Esto constituía un proceso de aculturación, que terminaba por destruir, en muchos casos, la identidad cultural y el sentimiento de pertenencia a un país o grupo determinado de la población deportada, lo cual, unido al tributo que debía pagar al soberano y al hecho de tener que convivir por la fuerza con conjuntos heterogéneos y de diversas nacionalidades y costumbres; hizo aumentar en gran proporción las tasas de mortalidad, ya sea por asesinatos, suicidios, torturas, etc., con la importante consecuencia de no poder consumarse levantamientos en contra de esta opresión brutal. Sin embargo, la deportación significó para Asiria una buena oportunidad para tratar de mejorar sus estructuras edilicias, como así también las parcelas de cultivos y la incorporación de nuevas técnicas artesanales. Mientras más debilitaban a sus enemigos y tributarios, más se fortalecía Asiria como potencia imperial, aunque esto no siempre significó ventajas, según la opinión de Mario Liverani: “(…) el imperio parece más extenso y fuerte que nunca: todo está bajo control- o casi todo. ¿Quién podía imaginar que los nuevos problemas (…) acumulándose a los viejos (…) provocarían un derrumbamiento repentino y definitivo?”[1]
Sitio y destrucción total de la ciudad de Gazru por el ejército asirio dirigido por Tiglat-pileser III. Relieve encontrado en el palacio de Nimrud.
Notas:
[1] Liverani, M: El Antiguo Oriente. Historia, sociedad y economía. Crítica, Barcelona, 1995. Pág. 628.

Tengo las alas prontas para alzarme,
Con gusto vuelvo atrás,
Porque de seguir siendo tiempo vivo,
Tendría poca suerte.
Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Graham Budgett -The Angel of History/Der Engel der Geschichte - from Berlin bei Nacht, 1987 - Cibachrome on aluminium 100x75cm 
En el día de la fecha se conmemora un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, aquel proceso político que determinó el inicio de la guerra de independencia contra la dominación de la metrópoli española en sus territorios americanos, en este caso concretamente el ámbito del Virreinato del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires, centro en donde se desencadenó la Revolución de 1810: “(...) La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la dominación española y bajo su influencia, (...) tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América (...)”.[2]
Para tratar de comprender el alcance y la extensión que tuvo la Revolución de Mayo, según Jorge Comadrán Ruiz, “partimos de la base (...) de que la Revolución Americana (...), estuvo profundamente enraizada política, ideológica y culturalmente, en la Revolución que se venía gestando (...) en la Madre Patria desde el reinado de Carlos III, (...) que se aceleró (...) con la invasión napoleónica a la Península (...)”.[3] En efecto, el panorama político de fines del siglo XVIII estaba conformado por el reformismo ilustrado, política de gobierno llevada adelante por la dinastía de los Borbones en el Imperio Español a partir de Felipe V, con Carlos III como su principal referente, y así, la historiografía argentina “(...) tradicionalmente (...) ha considerado este reformismo ilustrado como el antecedente de las revoluciones de independencia (...) se atendía especialmente a los rastros de las ideas políticas de Montesquieu o Rousseau en hombres como Miranda o Moreno, y se veía a los movimientos juntistas de 1810 como la materialización de las ideas del Contrato Social. Contra ella, los hispanistas desarrollaron una tesis diferente: la revolución y la resistencia a la tiranía deben filiarse en la escolástica y en los jesuitas, en el padre Mariana o en Francisco Suárez”.[4]
Al margen de esta polémica historiográfica, la historiografía argentina trató, en sus diversas tendencias, de explicar la Revolución como un movimiento de raíz política y económica llevado adelante por la ciudad de Buenos Aires, ya que “(...) desde principios del S. XVIII, (...) la población blanca en América y (...) en el Río de la Plata, mostraba un predominio aplastante del elemento criollo sobre el europeo (...) de aquella población (...)”[5], y de esta manera, aparecieron en el escenario político rioplatense los denominados, según Comadrán Ruiz, “criollos nuevos”, quienes “(...) venían abiertos a nuevas perspectivas en lo político, social, económico, cultural, etc.; estaban animados con el nuevo pensamiento que en todos los sentidos animaba a la Península; (...) al tanto de esas nuevas ideas que se manifestaban en la Metrópoli (...)”[6], con lo cual se puede entrever que “(...) la Revolución vino fundamentalmente de España, con el agregado de algunos ingredientes americanos”.[7]
Con la invasión de Napoleón Bonaparte a España, la situación tomó un giro drástico: al caer la autoridad del monarca Fernando VII, prisionero de los franceses, la Junta Central de Sevilla había decidido tomar el control de los acontecimientos, y mandó reemplazar al virrey de origen francés Santiago de Liniers por Baltasar
Hidalgo de Cisneros, quien, llegado a Buenos Aires en 1809, tuvo grandes dificultades por legitimar su poder sobre los vecinos de la ciudad, sobretodo los “criollos nuevos”, para quienes “(...) mientras no se resolviese favorablemente la crisis de autoridad del Imperio, era necesario conservar íntegros los derechos del rey Fernando VII (...) siendo por lo tanto preferible y legítimo, (...) gobernarse por sí mismos”[8], antes que por los designios de la Junta de Sevilla.
sostuvo la realidad de un contrato existente entre los Reyes Hispanos y los Pueblos de América (...). Sostenía, (...) que con la disolución de la Junta Central había caducado el Gobierno Soberano de España, y deducía de este hecho “la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo Gobierno (...) ".[9] Así, el control por parte de los españoles comenzó a debilitarse, y tras tres días de confusión y conflictos políticos, se constituyó una Junta Soberana que terminó por destituir al Virrey Cisneros del poder, aunque sin dejar de demostrar su apoyo al rey cautivo, política igualmente aplicada en el resto de la América española: “(...) La caída de Sevilla y su Junta Central acelera la formación de juntas americanas en Caracas (abril de 1810), Buenos Aires (mayo), Santa Fe (julio), Santiago (septiembre) y Quito (octubre) (...) aducen instalarse en nombre del cautivo Fernando VII, “legítimo rey y señor natural”, y en salvaguarda de sus derechos, y apoyan su legitimidad en los cabildos capitalinos, institución tradicional y a la vez la única con participación de los criollos”.[10] Sin embargo, tal como lo sostiene Comadrán Ruiz, “es casi un lugar común en nuestra historiografía la afirmación de que la invocación (...) de lealtad al rey cautivo no fue sino una “máscara” que encubría la verdadera intención inicial de romper definitivamente con él y con la casa reinante”.[11]
partir del momento de la Revolución, una importancia de gran alcance para Buenos Aires, porque según lo analiza David Rock, “(...) la nueva Junta encabezada por Saavedra tuvo que asumir la tarea de establecer su autoridad sobre el resto del virreinato (...). Para reforzar y legitimar su autoridad, (...) reiteró la invitación hecha antes por Cisneros: convocar un congreso de delegados del interior para considerar las actitudes que se debía tomar ante los sucesos recientes ocurridos en España”.[15] Pero este accionar provocó conflictos en el seno de la nueva Junta, entre las posturas de Saavedra, más conciliadora, y la de Moreno, quien “(...) instaba a dar pasos más trascendentales: la declaración de la independencia y la proclamación de una república (...)”[16] con el “(...) pleno control del movimiento revolucionario desde Buenos Aires”.[17]
Así, Mariano Moreno “(...) como secretario de la primera Junta y como jefe de su fracción más radical, (...) desde la Gaceta, el periódico que creó, se dedicó a fundamentar el nuevo orden político y, (...) a transformar sus ideas en acciones operantes”.[18] Y de esta forma, “(...) mientras Moreno construía la revolución, Saavedra actuaba como un “visir” de la continuidad y atraía la atención popular sosteniendo “el aparato virreinal”.[19] Y coincidiendo con lo afirmado por Juan Carlos Garavaglia, “(...) las dos cosas no son más que dos caras de un mismo proceso: la lenta y laboriosa construcción de un nuevo estado”.[20]