martes, 3 de febrero de 2009

La caída y el fin del Imperio Romano

A continuación, les presento una reseña de la situación crítica que tuvo que enfrentar el Imperio Romano que terminó con la caída del sector Occidental en poder de los Bárbaros:

Roma antes de la caída del Imperio

El Imperio Romano del siglo IV d. C. se extendía alrededor de la cuenca del Mar Mediterráneo, incluyendo la actual Turquía, Israel, Egipto y el norte de África. La Francia actual (llamada Galia) y la España y el Portugal de nuestros días pertenecían al Imperio Romano en su totalidad. La actual Inglaterra también era romana, mientras que Escocia e Irlanda eran bárbaras (no romanas o no civilizadas). Los ríos Rin y Danubio limitaban el imperio a septentrión. Las tierras al norte de estos ríos estaban habitadas por una variedad de pueblos de origen escandinavo a los que los romanos llamaban germanos.
Roma tenía continuas escaramuzas con las tribus limítrofes que vivían al norte de los grandes ríos europeos. Ocasionalmente, los emperadores fuertes extendían el imperio más allá de estos ríos, mientras que los emperadores débiles tendían a perder esas tierras. El mayor rival organizado de los romanos era el Imperio Persa, al este, que ocupaba los actuales Siria, Irán, Iraq y Afganistán. Los persas eran los descendientes políticos de los partos, que se habían levantado contra los griegos tras la conquista de Alejandro y que, a partir de ese momento, habían resistido con éxito las invasiones romanas.
Los romanos fueron una importante potencia durante más de 1000 años. Llevaron estabilidad, prosperidad y orden al Occidente civilizado. Construyeron excelentes carreteras que conectaban los límites más lejanos del imperio con la capital, Roma. En un principio, las carreteras se construyeron con fines militares, pero a la larga ayudaron a mejorar las comunicaciones y el comercio. La ley romana mantenía la paz interna mientras que entre 20 y 30 legiones defendían sus fronteras.
Sin embargo, no todo era perfecto. Los emperadores ostentaban una autoridad absoluta. Con los buenos emperadores, esto no representaba un problema. Pero los incompetentes podían causar un grave daño. Las reglas de sucesión al trono no estaban claras, y el resultado solía ser guerras civiles que debilitaban el imperio. La burocracia encargada de manejarlo se volvía cada vez más corrupta, lo que aumentaba la insatisfacción de los ciudadanos. La riqueza del imperio estaba concentrada en manos de una minoría, mientras una numerosa población de esclavos realizaba la mayor parte del trabajo. Las fronteras eran inmensas y causaban problemas de recursos militares (500.000 soldados defendían una frontera que habría necesitado 3 millones para su defensa). Las conquistas romanas se habían detenido en el siglo II d. C., terminando así los cuantiosos ingresos provenientes del pillaje y los esclavos. Aumentaron los impuestos, y la producción disminuyó con el descenso de la mano de obra. Una plaga pudo haber acabado con el 20% de la población durante los siglos III y IV, empobreciendo aún más el comercio y la producción.
A finales del siglo III, el Imperio Romano se dividió en el Imperio de Oriente y el de Occidente en un intento de facilitar su gobierno y mejorar sus defensas. En el 323, Constantino se convirtió en emperador de Oriente tras una guerra civil y estableció la capital en Bizancio, a la que rebautizó como Constantinopla. Durante el siglo posterior, las dos mitades del antiguo Imperio fueron adquiriendo una identidad diferenciada. Esto se debió principalmente a las distintas influencias que sufrían tanto desde el exterior como por parte de las culturas locales. El Imperio Occidental siguió siendo predominantemente latino, mientras que el Oriental adquirió una identidad predominantemente griega (a pesar de que siguieron llamándose romanos). El Imperio Romano de Oriente sobrevivió al cataclismo de los siglos III y IV debido a un mayor número de población (el 70 por ciento del total del Imperio), emperadores más competentes, mayores riquezas y un ejército y armada de mucha mejor calidad.

Los invasores bárbaros

En torno al 200 d. C., pueblos nómadas de las verdes estepas del Asia Central comenzaron a emigrar hacia China, India, Persia y Europa. No se han comprendido en su totalidad las razones por las cuales se produjeron estas migraciones. Los hunos constituían el grupo más numeroso de nómadas. Su corta estatura y sus pequeños ponis contrastaban con su implacable crueldad y fiereza. Aterrorizaban a los pueblos que encontraban a su paso, causando una suerte de efecto dominó. Por ejemplo, en su avance hacia el oeste, los hunos desplazaron a los godos que vivían al noroeste del Mar Negro haciendo que éstos emigraran hacia el sur y cruzasen el Danubio hasta llegar a los Balcanes, territorio bajo el dominio del Imperio Romano de Oriente. Otros hunos se desplazaron hacia las llanuras germánicas, induciendo a otros pueblos de esas tierras a cruzar el Rin.
Por esta época, el Imperio Romano de Occidente ya se
encontraba debilitado por las invasiones esporádicas que atravesaban el Rin y el Danubio. Los pueblos germánicos, con cada vez mayor índice de población, codiciaban las escasamente pobladas tierras de la Galia y los beneficios de estar dentro del Imperio Romano. Hacia el 400, entre el 30 y 50 por ciento del ejército romano estaba constituido por mercenarios germanos. Debido a lo desesperado de la situación, el ejército romano comenzó a alistar grupos de bárbaros como unidades independientes destinadas a defender al imperio del ataque de otros grupos. Esto se hizo especialmente popular durante las guerras civiles del siglo IV, cuando los pretendientes al trono de Roma necesitaban reclutar tropas con rapidez. Estas unidades bárbaras no poseían la lealtad y disciplina de las legiones y tenían sus propios líderes. Esta medida se volvió en contra del imperio cuando enteros ejércitos de bárbaros se sublevaron. Las fronteras del Rin y del Danubio se disolvieron y los pueblos germánicos penetraron en la Galia, los Balcanes e incluso Italia. La lucha se volvió casi incesante a lo largo de una frontera en continuo retroceso, y el número de tropas romanas leales disminuía constantemente.
En el 410, las últimas legiones que quedaban en las Islas Británicas fueron retiradas y trasladadas a la Galia, abandonando esa provincia para siempre. Las incursiones sajonas se incrementaron convirtiéndose en verdaderas invasiones. Los jutos, frisios, anglos y otros pueblos germánicos de la costa norte alemana se unieron a los sajones. Juntos arrollaron la cultura británico-romana y se adueñaron de los que es hoy Inglaterra (tierra de los anglos).
El Imperio Romano de Oriente quedó debilitado por la pérdida de los Balcanes, pero fue capaz de sobornar y desviar a los bárbaros antes de que pudieran atacar Constantinopla. En esta zona, los invasores eran los godos, que se habían vuelto mucho más civilizados que los pueblos germánicos del Rin debido a su contacto con el Imperio Romano de Oriente. Además, los godos habían llegado principalmente como colonizadores y no como conquistadores.
Durante el siglo V, Roma fue saqueada numerosas veces y el Imperio Romano de Occidente dejó, definitivamente, de existir. Italia fue invadida y asolada en repetidas ocasiones, y el último emperador romano reconocido fue asesinado en el 476. Los pueblos germánicos ocuparon entonces Italia y el antiguo Imperio Romano. A pesar del deseo general de los bárbaros por preservar la estabilidad y el orden de la antigua civilización romana, sólo sobrevivieron vestigios de ella tras la devastación y el desorden que siguieron a las invasiones. La mayor parte de Europa retrocedió a un periodo mucho más bárbaro y primitivo.


Fuente: "Historia" (Age of Empires II)

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