La Historia y su alcance
viernes, 30 de septiembre de 2011
Ilustración y Romanticismo. Introducción a la polémica entre Kant y Herder
viernes, 1 de julio de 2011
miércoles, 16 de febrero de 2011
El asesinato de Juan Facundo Quiroga en un romance popular
Asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco. Grabado de época.
Referencia: Extraído de Marcela Ternavasio: Historia de la Argentina, 1806-1852, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2009. Págs. 196-197.
domingo, 30 de enero de 2011
La Filosofía y sus significados (I)
Parménides
“Es hermoso y divino el impulso que te empuja a buscar las razones de las cosas. Pero ejercítate y adiéstrate en esto que en apariencia no sirve para nada, y que el vulgo llama palabrería sutil, mientras eres aún joven; de lo contrario la verdad se te escapará de entre las manos.” (Platón)
Metafísica
“Puesto que buscamos esa ciencia, habrá que examinar de qué causa y de qué principios la sabiduría es ciencia... El conocimiento de todas las cosas pertenece necesariamente a quien posee la ciencia de lo universal, porque éste conoce de alguna manera los casos particulares que el universal abraza [...] Estos conocimientos, es decir los más universales para el hombre, son quizás los más difíciles de adquirir, porque son los más alejados de las sensaciones. Además, las ciencias más rigurosas son las que en mayor medida se ocupan de los primeros principios [...] Más aún: la ciencia que se ocupa de las causas es instructiva en mayor medida que la que no lo hace, pues enseñar consiste en poder suministrar las causas de cada cosa [...] Quien aspira a conocer por el conocer mismo tendrá una decidida preferencia por la ciencia más cabal [...] La ciencia dominante y superior a la subordinada es la que conoce en virtud de qué fin ha de hacerse cada cosa.” (Aristóteles)
Filosofía del derecho
“Para agregar algo más sobre la pretensión de enseñar cómo debe ser el mundo, señalemos que la filosofía llega siempre tarde. En tanto pensamiento del mundo, aparece en el tiempo sólo después que la realidad ha consumado su proceso de formación y se halla ya lista y terminada. Lo que enseña el concepto lo muestra con la misma necesidad la historia: sólo en la madurez de la realidad aparece lo ideal frente a lo real, y erige a este mismo mundo, aprehendido en su substancia, en la figura de un reino intelectual. Cuando la filosofía pinta con sus tonos grises ya ha envejecido una figura de la vida que sus penumbras no pueden rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva recién alza su vuelo al atardecer.” (G.W.F. Hegel)
La filosofía como ciencia estricta
“El incentivo para la investigación no tiene que provenir de las filosofías sino de las cosas y de los problemas. La filosofía es, sin embargo, por esencia la ciencia de los verdaderos principios, de los orígenes [...] La ciencia de lo radical también tiene que ser radical en su proceder y desde todos los puntos de vista. Ante todo, no debemos parar hasta haber llegado a principios absolutamente claros, es decir, a problemas totalmente claros, hasta haber adquirido métodos trazados en el sentido propio de esos problemas y el campo último de trabajo en el que se dan las cosas con claridad absoluta.” (E. Husserl)
Gaya ciencia
“El filósofo es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera y sueña [...] cosas extraordinarias.” (F. Nietzsche)
sábado, 21 de noviembre de 2009
El Dominado Cristiano de Teodosio I
Ante esta difícil situación, el emperador de Occidente, Graciano, sucesor de Valentiniano I, “(...) nombró a un general experimentado, (...) Teodosio, un español, a la categoría de Augusto, y le encargó la custodia del imperio oriental (...)”[1]. De esta manera, ascendió al poder imperial Teodosio I, que fue coronado en la ciudad de Sirmium el 19 de enero de 379.
Teodosio trató de reorganizar el ejército luego de la dura derrota de Adrianópolis; mediante una serie de reformas en lo militar, organizó al ejército de Oriente en cinco cuerpos al mando de los jefes de la milicia (magister militum), lo cual generó más gastos por parte del Estado, según la opinión de Zósimo: “(...) además de aumentar las cargas por manutención que pesaba sobre el Estado (...) dio pie a que los soldados quedaran expuestos a la avidez de tan alto número de mandos. (...) elevó también el número de comandantes de caballería, (...) que quedó el doble de lo que había antes, mientras que a los soldados no les llegaba nada de lo que el Estado les asignaba.”[2]
De esta manera, el gobierno de Teodosio tuvo que enfrentar numerosas dificultades. En lo referente a la defensa del Imperio frente a los bárbaros que lo acechaban, utilizó diversas políticas según el pueblo y los intereses que estuvieran aparejados, principalmente contra los persas sasánidas y los godos. Con los primeros decidió firmar un acuerdo de paz, entregándoles la mayor parte de la provincia de Armenia; con los segundos, su relación fue más problemática, ya que al producirse una nueva invasión debido a la constante presión militar que los hunos ejercían sobre ellos, Teodosio decidió enfrentarlos, pero luego de un tiempo prefirió negociar, mediante dos maneras: la creación de una zona determinada para el establecimiento de los visigodos para que no tuvieran que seguir en busca de tierras para su supervivencia, en las cercanías del río Danubio; y el reclutamiento de hombres para reforzar el ejército romano. Esto llevó a la firma de un tratado o foedus en el año 382, el cual establecía a los visigodos en calidad de confederados del Imperio, reconociendo su soberanía y sus leyes particulares, con lo cual se dio una migración pacífica de germanos, que entraron a servir en los limes, en la servidumbre doméstica, como mano de obra rural y hasta ocuparon altos cargos en la administración gubernamental y en la corte. Así, “(...) el nuevo emperador se distinguió por su carácter (...) enérgico, sus méritos y (...) su prudencia (...) gracias a decisiones que manifestaban (...) severidad, generosidad y suavidad (...).”[3]
Además, Teodosio llevó a cabo otras medidas, como la fortificación de las plazas más importantes de Oriente y el cobro intensivo de impuestos, medidas ya implementadas por Valentiniano I y Valente I, lo que, según Zósimo, fue perjudicial para el Imperio: “Siendo ya tamaño el mal que para peor había caído (...), la milicia (...) fue menguando hasta verse reducida a la nada, y las ciudades estaban faltas de recursos, (...), los habitantes (...), extenuados por la (...) ruindad de los gobernadores, arrastraban una infortunada (...) vida entre (...) súplicas a la divinidad para que les deparase un medio de poner fin a sus desgracias.”[6]
Al año siguiente convocó a un segundo Concilio ecuménico en Constantinopla, el cual confirmó lo estipulado en el Concilio de Nicea sobre la consustancialidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, resolviéndose que todas las iglesias del Imperio fueran dirigidas por obispos católicos. De esta forma, Teodosio estableció una Religión de Estado obligatoria para todos, dejó de ser Pontifex Maximus y tomó para sí la atribución de fijar e imponer el dogma católico, lo que llevó al sometimiento paulatino de la Iglesia hacia el Estado, denominado "Cesaropapismo". Esto llevó a un conflicto entre el Emperador y la Iglesia, ya que la relación entre ambos estuvo marcada por los problemas religiosos existentes tanto en Oriente como en Occidente, y Teodosio debió ceder un poco en sus pretensiones frente al obispo de Milán, San Ambrosio.
El emperador Teodosio y San Ambrosio (1619-1620), de Anton van Dyck
Notas:[3] Jordanes, Gética, 27-28, en Santos Yanguas, Narciso: Textos para la historia antigua de Roma. Ediciones Cátedra, Madrid, 1983. Págs. 162-163.
[5] Zósimo: Ibidem. Págs. 363-364.
[6] Zósimo: Ibidem. Pág. 364.
[7] García Moreno, Luis: El Bajo Imperio Romano. Editorial Síntesis, Madrid, 1998. Pág. 113.
[8] García Moreno, Luis: Ibidem, 1998. Pág. 113.
[9] Maier, F.: Las transformaciones del mundo mediterráneo. En Historia Universal S. XXI. S XXI. Madrid, 1972. Pág. 111.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
La rebelión de Juan Santos Atahualpa (1742-1756)
No se conoce exactamente la fecha de su nacimiento, aunque se estima que habría nacido aproximadamente en el 1710, y por otra parte, según lo expresa Ángel Barral Gómez, “(...) se ha especulado con el probable lugar de nacimiento de Juan Santos haciéndole originario de Cajamarca, Chachapoyas e incluso de la misma ciudad del Cuzco (...)”[1] ya que existen indicios de que habría vivido una gran parte de su vida en la antigua capital incaica, donde se educó con los miembros de la Compañía de Jesús. Esta influencia jesuita en su formación es determinante, debido a que “(...) sus claros vínculos espirituales no dejarán de estar presentes en todas las acciones protagonizadas por este cabecilla, confiriendo unas claras connotaciones mesiánicas a su empresa.”[2] Además, el hecho de conocer las reglas y los hábitos practicados por los jesuitas ayudaron a formar su ideología y a asegurarle un sostén en cierta forma místico, ya que de esta manera, “el papel mesiánico de Juan Santos Atahuallpa es legitimado tanto por símbolos católicos como andinos.”[3]
El objeto de su prédica era el restablecimiento del viejo sistema político incaico, y según su programa, al decir de uno de los mayores estudiosos de la denominada “Era de Insurrección Andina (1742-1782)”[5], Steve Stern, “(…) el nuevo orden liberaría a los indios de sus opresiones y traería prosperidad a los vasallos americanos del Inca. El cataclismo comenzaría en la selva, se extendería a la sierra y culminaría con la coronación del nuevo Inca Rey en la propia Lima.”[6] De esta manera, “(…) Juan Santos Atahuallpa es el líder en el que por primera vez se materializa la vieja idea del retorno del Inca. Frente al desorden reinante por la corrupción y los abusos de los corregidores, proclama la abolición del dominio español y la recuperación de su reino.”[7]
Para legitimar su actitud mesiánica con la cual fue reconocido descendiente de los antiguos Incas, según él lo sostenía, adoptó, según hemos visto, el nombre del inca Atahualpa con el objeto de restablecer el viejo sistema político incaico mediante la expulsión de todo elemento europeo del continente americano. Así, según la expresión de Ossio, “todos estos atributos que realzan su condición mesiánica son (...) reflejados en su nombre. (...) “Santos” viene de su vinculación con el Espíritu Santo, el de “Atahuallpa” y (…) “Juan”, por su identidad con el último Inca, el de “Apu” por ser “Poderoso” y, finalmente, el de “Guainacapac” [Huayna Cápac], por considerarse hijo de este Inca.”[11] Además, la misma figura de Juan Santos Atahualpa fue determinante para la consolidación de su liderazgo, equiparándose a los héroes que forjaron el Tawantinsuyu: “Como muchos personajes de la mitología prehispánica, era un enviado divino cubierto con pobres atuendos. Entre sus poderes estaba el hacer temblar la tierra y como los héroes fundadores del imperio, venía de una casa de piedra y era uno de cuatro hermanos.”[12]
Sin embargo, esta rebelión nunca tuvo mucha incidencia en la región andina central, sino que se concentró, principalmente, en la zona selvática, refugio de las huestes de Juan Santos Atahualpa: “La selva central era una región de frontera: (...) ecológica, religiosa, étnica... Allí se encontraban sistemas económicos y culturales diferentes. (...) Era un espacio propicio para albergar a personas desarraigadas (...) que (...) venían de lugares muy diferentes como Huancavelica, Castrovirreyna, pero también de Huamanga, Huanta y más lejos, del Cusco y La Paz.”[13]
Ejecución de frailes franciscanos por los indígenas servidores de Juan Santos Atahualpa, el 17 de Septiempre de 1742, luego del episodio conocido como la batalla del río de la Sal (Perené). Mural del Convento de Ocopa.
Notas:
[1] Barral Gómez, Ángel: Rebeliones indígenas en la América Española. Madrid. Editorial MAPFRE, 1992. Pág. 195.
[2] Barral Gómez, Ángel: Ibidem., 1992. Pág. 195.
[3] Ossio, Juan M.: Los indios del Perú. Madrid. Editorial MAPFRE, 1992. Pág. 190.
[4] Barral Gómez, Ángel: Op. Cit., 1992. Pág. 195.
[5] Stern, Steve: Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX. Lima. Instituto de Estudios Peruanos, 1990. Pág. 51.
[6] Stern, Steve: Ibidem., 1990. Pág. 60-61.
[7] Ossio, Juan M.: Op. Cit., 1992. Pág. 189.
[8] Ossio, Juan M.: Ibidem., 1992. Pág. 181.
[9] Bobbio, Norberto; Matteucci, Incola y Pasquino, Gianfranco: Diccionario de política. México. Siglo XXI, 1983. Pág. 915.
[10] Acerca de la posición de los estudiosos sobre la rebelión de Juan Santos Atahualpa, véase las obras de Scarlett O’Phelan Godoy: Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia 1700-1783., 1988 [1985] y Steve Stern: Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX., 1990 [1987].
[11] Ossio, Juan M.: Op. Cit., 1992. Pág. 190.
[12] Flores Galindo, Alberto: Buscando un Inca: Identidad y utopía en los Andes. Lima. Horizonte, 1994. Pág. 88.
[13] Flores Galindo, Alberto: Ibidem., 1994. Págs. 86-87.
[14] Flores Galindo, Alberto: Ibidem., 1994. Pág. 92.
[15] Barral Gómez, Ángel: Op. Cit., 1992. Pág. 197.
[16] Barral Gómez, Ángel: Ibidem., 1992. Págs. 198-199.
lunes, 9 de noviembre de 2009
El ejército Asirio: instrumento de dominación
El ejército asirio, en muchas ocasiones, fue la llave de las principales conquistas del Imperio, llegando al punto de convertirse en la fuerza militar más poderosa y organizada del Cercano Oriente en la Antigüedad.
Estaba compuesto, básicamente, de infantería y caballería. En los relieves la infantería, principal fuerza del ejército, aparece dotada de cascos puntiagudos de metal o terminados en una alta cimera; corazas de cuero o simplemente largas túnicas; botas largas o sandalias; y armada con lanzas, espadas cortas, escudos, arcos, flechas, hondas; armas que variaban de acuerdo a si se trataba de infantería pesada o ligera, aunque únicamente la infantería pesada iba al combate protegida con una armadura. Los infantes ligeros, por su parte, cumplían la función de rechazar los ataques enemigos, despejando el camino para el paso de los ejércitos reales.
La caballería se dividía en dos ramas: por un lado estaban los carros de guerra, compuestos cada uno por cuatro hombres: un conductor, que dirigía el carro, un guerrero armado con lanza o arco y dos escuderos que lo protegían; este tipo de arma era el más empleado por los reyes y los nobles, ya que disponían de recursos para mantenerla. Y por otro lado, se encontraba la caballería montada, que fue inventada por los propios asirios; siendo uno de los elementos fundamentales a la hora de la batalla, ya que les permitió disponer de una mayor movilidad y una fuerza de ataque rápida y efectiva. Los jinetes estaban vestidos con cascos en punta o vinchas en la cabeza, cotas de malla, y armados con lanzas o arcos. Montaban sobre una pequeña alfombra en el lomo del caballo, y no utilizaban sillas ni estribos.
Para el asedio de las ciudades, los asirios contaron con máquinas de guerra, como el ariete, la catapulta, y la torre de asalto con ruedas, otro de sus inventos. Además, dispusieron de un cuerpo de ingenieros especiales, los cuales fabricaban las máquinas, y eran los encargados de construir galerías subterráneas debajo de las murallas para facilitar la entrada a las ciudades, y de arrasar y demoler las mismas una vez conquistadas.
Con respecto al sistema de dominación empleado para mantener sujeta la voluntad de sus súbditos, mediante un análisis de los testimonios que dejaron los reyes en sus palacios, puede verse con claridad que los asirios aplicaron métodos usuales de dominación junto a prácticas desconocidas, o no tan utilizadas, que sembraron, no sin razón, el pánico y el terror a aquellos individuos o poblaciones lo bastante atrevidos como para animarse a enfrentar el yugo asirio. Uno de estos nuevos métodos de terror fue la deportación de la población rebelde hacia horizontes foráneos, implementado por Tiglat-pileser III. Esto constituía un proceso de aculturación, que terminaba por destruir, en muchos casos, la identidad cultural y el sentimiento de pertenencia a un país o grupo determinado de la población deportada, lo cual, unido al tributo que debía pagar al soberano y al hecho de tener que convivir por la fuerza con conjuntos heterogéneos y de diversas nacionalidades y costumbres; hizo aumentar en gran proporción las tasas de mortalidad, ya sea por asesinatos, suicidios, torturas, etc., con la importante consecuencia de no poder consumarse levantamientos en contra de esta opresión brutal. Sin embargo, la deportación significó para Asiria una buena oportunidad para tratar de mejorar sus estructuras edilicias, como así también las parcelas de cultivos y la incorporación de nuevas técnicas artesanales. Mientras más debilitaban a sus enemigos y tributarios, más se fortalecía Asiria como potencia imperial, aunque esto no siempre significó ventajas, según la opinión de Mario Liverani: “(…) el imperio parece más extenso y fuerte que nunca: todo está bajo control- o casi todo. ¿Quién podía imaginar que los nuevos problemas (…) acumulándose a los viejos (…) provocarían un derrumbamiento repentino y definitivo?”[1]
Sitio y destrucción total de la ciudad de Gazru por el ejército asirio dirigido por Tiglat-pileser III. Relieve encontrado en el palacio de Nimrud.
Notas:
[1] Liverani, M: El Antiguo Oriente. Historia, sociedad y economía. Crítica, Barcelona, 1995. Pág. 628.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
1ª Aniversario de La Historia y su Alcance
La Novena Tesis de Filosofía de la Historia de Walter Benjamin: Angelus Novus
Tengo las alas prontas para alzarme,
Con gusto vuelvo atrás,
Porque de seguir siendo tiempo vivo,
Tendría poca suerte.
Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Bibliografía/ Fuentes:
Benjamin, Walter: Discursos interrumpidos. Buenos Aires, Taurus, 1989 [1940]. T1. Pág. 183.
Apuntes de clase de Filosofía de la Historia (Dr. Ramón Eduardo Ruiz Pesce) 14/10/09.
http://www.paideiapoliteia.org.ar
http://mundofilosofia.portalmundos.com/mas-alla-de-la-pintura-paul-klee-y-walter-benjamin-unidos-por-el-angel-de-la-historia/
http://en.wikipedia.org/wiki/Angelus_Novus
lunes, 25 de mayo de 2009
La Revolución de Mayo y su repercusión en el ámbito rioplatense
En el día de la fecha se conmemora un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, aquel proceso político que determinó el inicio de la guerra de independencia contra la dominación de la metrópoli española en sus territorios americanos, en este caso concretamente el ámbito del Virreinato del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires, centro en donde se desencadenó la Revolución de 1810: “(...) La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la dominación española y bajo su influencia, (...) tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América (...)”.[2]
Para tratar de comprender el alcance y la extensión que tuvo la Revolución de Mayo, según Jorge Comadrán Ruiz, “partimos de la base (...) de que la Revolución Americana (...), estuvo profundamente enraizada política, ideológica y culturalmente, en la Revolución que se venía gestando (...) en la Madre Patria desde el reinado de Carlos III, (...) que se aceleró (...) con la invasión napoleónica a la Península (...)”.[3] En efecto, el panorama político de fines del siglo XVIII estaba conformado por el reformismo ilustrado, política de gobierno llevada adelante por la dinastía de los Borbones en el Imperio Español a partir de Felipe V, con Carlos III como su principal referente, y así, la historiografía argentina “(...) tradicionalmente (...) ha considerado este reformismo ilustrado como el antecedente de las revoluciones de independencia (...) se atendía especialmente a los rastros de las ideas políticas de Montesquieu o Rousseau en hombres como Miranda o Moreno, y se veía a los movimientos juntistas de 1810 como la materialización de las ideas del Contrato Social. Contra ella, los hispanistas desarrollaron una tesis diferente: la revolución y la resistencia a la tiranía deben filiarse en la escolástica y en los jesuitas, en el padre Mariana o en Francisco Suárez”.[4]
Al margen de esta polémica historiográfica, la historiografía argentina trató, en sus diversas tendencias, de explicar la Revolución como un movimiento de raíz política y económica llevado adelante por la ciudad de Buenos Aires, ya que “(...) desde principios del S. XVIII, (...) la población blanca en América y (...) en el Río de la Plata, mostraba un predominio aplastante del elemento criollo sobre el europeo (...) de aquella población (...)”[5], y de esta manera, aparecieron en el escenario político rioplatense los denominados, según Comadrán Ruiz, “criollos nuevos”, quienes “(...) venían abiertos a nuevas perspectivas en lo político, social, económico, cultural, etc.; estaban animados con el nuevo pensamiento que en todos los sentidos animaba a la Península; (...) al tanto de esas nuevas ideas que se manifestaban en la Metrópoli (...)”[6], con lo cual se puede entrever que “(...) la Revolución vino fundamentalmente de España, con el agregado de algunos ingredientes americanos”.[7]
Con la invasión de Napoleón Bonaparte a España, la situación tomó un giro drástico: al caer la autoridad del monarca Fernando VII, prisionero de los franceses, la Junta Central de Sevilla había decidido tomar el control de los acontecimientos, y mandó reemplazar al virrey de origen francés Santiago de Liniers por Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien, llegado a Buenos Aires en 1809, tuvo grandes dificultades por legitimar su poder sobre los vecinos de la ciudad, sobretodo los “criollos nuevos”, para quienes “(...) mientras no se resolviese favorablemente la crisis de autoridad del Imperio, era necesario conservar íntegros los derechos del rey Fernando VII (...) siendo por lo tanto preferible y legítimo, (...) gobernarse por sí mismos”[8], antes que por los designios de la Junta de Sevilla.
Con este confuso panorama, en Mayo de 1810 se dieron una serie de acontecimientos que precipitaron la Revolución: el 18 del mismo mes la Junta Central de Sevilla cayó en manos de Napoleón, y el Virrey trató de mantener sujetos los hilos del poder, convocando a la realización de un Cabildo Abierto el 22 de mayo, destinada a los vecinos con mayor influencia en la vida política y social de Buenos Aires. Entre otros sucesos, lo que más resaltó en aquella jornada fue la posición de Juan José Castelli, quien “(...) expuso y sostuvo la realidad de un contrato existente entre los Reyes Hispanos y los Pueblos de América (...). Sostenía, (...) que con la disolución de la Junta Central había caducado el Gobierno Soberano de España, y deducía de este hecho “la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo Gobierno (...) ".[9] Así, el control por parte de los españoles comenzó a debilitarse, y tras tres días de confusión y conflictos políticos, se constituyó una Junta Soberana que terminó por destituir al Virrey Cisneros del poder, aunque sin dejar de demostrar su apoyo al rey cautivo, política igualmente aplicada en el resto de la América española: “(...) La caída de Sevilla y su Junta Central acelera la formación de juntas americanas en Caracas (abril de 1810), Buenos Aires (mayo), Santa Fe (julio), Santiago (septiembre) y Quito (octubre) (...) aducen instalarse en nombre del cautivo Fernando VII, “legítimo rey y señor natural”, y en salvaguarda de sus derechos, y apoyan su legitimidad en los cabildos capitalinos, institución tradicional y a la vez la única con participación de los criollos”.[10] Sin embargo, tal como lo sostiene Comadrán Ruiz, “es casi un lugar común en nuestra historiografía la afirmación de que la invocación (...) de lealtad al rey cautivo no fue sino una “máscara” que encubría la verdadera intención inicial de romper definitivamente con él y con la casa reinante”.[11]
De esta manera, “la Revolución de Mayo puso fin al orden colonial e inició una amarga y larga lucha por la independencia”.[12]
En otras palabras, lo acontecido en aquellas duras jornadas revistió, a partir del momento de la Revolución, una importancia de gran alcance para Buenos Aires, porque según lo analiza David Rock, “(...) la nueva Junta encabezada por Saavedra tuvo que asumir la tarea de establecer su autoridad sobre el resto del virreinato (...). Para reforzar y legitimar su autoridad, (...) reiteró la invitación hecha antes por Cisneros: convocar un congreso de delegados del interior para considerar las actitudes que se debía tomar ante los sucesos recientes ocurridos en España”.[15] Pero este accionar provocó conflictos en el seno de la nueva Junta, entre las posturas de Saavedra, más conciliadora, y la de Moreno, quien “(...) instaba a dar pasos más trascendentales: la declaración de la independencia y la proclamación de una república (...)”[16] con el “(...) pleno control del movimiento revolucionario desde Buenos Aires”.[17]
Así, Mariano Moreno “(...) como secretario de la primera Junta y como jefe de su fracción más radical, (...) desde la Gaceta, el periódico que creó, se dedicó a fundamentar el nuevo orden político y, (...) a transformar sus ideas en acciones operantes”.[18] Y de esta forma, “(...) mientras Moreno construía la revolución, Saavedra actuaba como un “visir” de la continuidad y atraía la atención popular sosteniendo “el aparato virreinal”.[19] Y coincidiendo con lo afirmado por Juan Carlos Garavaglia, “(...) las dos cosas no son más que dos caras de un mismo proceso: la lenta y laboriosa construcción de un nuevo estado”.[20]
Además de los conflictos internos, la Revolución tuvo que enfrentar diversas oposiciones de los sectores del Interior, que no habían participado de los acontecimientos de la semana de Mayo y que miraban con desconfianza el intento de Buenos Aires de erigirse como líder: “En buena parte del interior (...) la revolución recibió inmediato apoyo, y a menudo entusiasta, pues allí (...) el régimen borbónico era impopular. (...) Pero el apoyo a la revolución estaba lejos de ser general (...)”[21], porque desde su origen “(...) la Revolución, (...) había instaurado un proyecto político apoyado en un conjunto de ideologemas radicalmente opuestos a los de la sociedad colonial (...)”.[22] Desde esta perspectiva, en las regiones del interior del Virreinato “(...) el movimiento se manifestó muy pronto como reacción patriótica y antiespañola, pero (...) adoptó la forma de un estrecho patriotismo local”.[23] A pesar de ello, zonas como el Alto Perú y Montevideo permanecieron fieles a Fernando VII y buscaron la manera de derrotar a la Revolución, en tanto que otras regiones como el Litoral y el interior hasta la frontera con el Alto Perú, excepto Córdoba, recibieron “(...) el movimiento porteño de mayo de 1810 con sorpresa primero, y con frenético entusiasmo después. El sentimiento espontáneo de adhesión a la libertad se manifestó con energía y precisión, (...) arraigó con prontitud y comenzó a extenderse y precisarse”.[24] Así, Buenos Aires comenzó a perfilar una política de control basada en alianzas con las elites provinciales, o en el sometimiento a través del ejército de aquellas regiones que no apoyaran el movimiento revolucionario, como sucedió en Córdoba con Santiago de Liniers, quien fue fusilado con los principales líderes de la rebelión por orden de la Junta. Tal como lo explicita Comadrán Ruiz, “(...) la guerra que se sucedió a nuestra Revolución (...) fue una guerra ideológico-política entre dos bandos (...) de europeos y americanos ambos (...)”[25], y además, según la opinión de Oscar Ozslak, “si bien es cierto que la Revolución de Mayo y las luchas de emancipación iniciadas en 1810 marcaron el comienzo del proceso de creación de la nación argentina, la ruptura con el poder imperial no produjo automáticamente la sustitución del Estado colonial por un Estado nacional”.[26]
Como punto clave del proceso revolucionario se puede notar que “(...) la Revolución (...) tuvo sus raíces más profundas y extrajo prácticamente todo su pensamiento (...) de las reformas y el pensamiento político e ideológico que se venía produciendo en España desde Carlos III en adelante, y que se precipitó desde la invasión napoleónica (...)”.[27] Así, en este contexto particular, puede entenderse que “(...) nuestra Revolución la hicieron los criollos, especialmente los criollos “nuevos” que fueron sus ideólogos, con el apoyo de no pocos peninsulares que compartían sus ideas y aspiraciones (...)”.[28]
Por otra parte, según lo analiza Ferns, “el efecto que tuvo la Revolución sobre el comercio y la industria ha llevado a algunos historiadores (...) a afirmar que la Argentina (...) se convirtió en colonia británica. (...) Las decisiones que se tomaron durante la Revolución, (...) se basaron en el cálculo de beneficios efectuado por intereses argentinos: por los intereses que en el proceso de lucha política maniobraron para colocarse en una posición que les permitiera imponer sus concepciones de una política adecuada”.[29] Por esta razón, “cuando uno pasa a considerar los cambios en la estructura del Estado, la modificación del sistema de autoridad y los intentos de establecer una nueva base para el orden y la cooperación social, el bien que la Revolución hizo resulta mucho más difícil de discernir”.[30]
Por último, quiero expresar que la Revolución de Mayo constituyó un intento de los vecinos de la ciudad de Buenos Aires de tener el control de la difícil situación política del Virreinato una vez caída la autoridad de España sobre sus colonias de América, fue un sentimiento que los porteños deseaban llevar a cabo, pero que al extenderlo hacia el resto del territorio suscitó conflictos que atravesaron la historia del país durante gran parte del siglo XIX. En sí no significó el anhelo de independencia del régimen español ni la conformación de un Estado nacional, procesos que se terminaron de concretar tiempo después; sin embargo, este acontecimiento es importante de analizar y comprender, porque fue el puntapié inicial del desarrollo de nuestra nacionalidad y porque marcó a fondo la realidad de la Argentina que hoy en día conocemos. Según lo explica Garavaglia, “(...) todo sistema de poder necesita una determinada mise en scène, pero cada época exige componentes (...) distintas en ese aparato teatral (...) ya que, (...) cada sociedad tiene su propio estilo de teatro; gran parte de la vida política de nuestras propias sociedades puede entenderse sólo como una contienda por la autoridad simbólica”.[31]
[1] Myers, Jorge: “Una revolución en las costumbres: las nuevas formas de sociabilidad de la elite porteña, 1800-1860” en Fernando Devoto y María Madero (Dirección): Historia de la vida privada en la Argentina. País antiguo. De la colonia a 1870. Taurus, Buenos Aires, 1999. Pág. 111.
[2] Furlong, Guillermo: Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez. Su influencia en la Revolución de Mayo. Ed. Kraft. Buenos Aires. 1959. Pág. 76.
[3] Comadrán Ruiz, Jorge: Algunas precisiones sobre el proceso de Mayo. (Buenos Aires y el interior) 1808-1812. En Boletín de la Academia Nacional de la Historia. 1991-1992. Pág. 121.
[4] Romero, Luis Alberto: Ilustración y Liberalismo en Iberoamérica (1750-1850) En Vallespín Ed. Historia de la Teoría Política. Alianza Ed., 1995. Págs. 450-451.
[5] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 147.
[6] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 133.
[7] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 135.
[8] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 122.
[9] Furlong, Guillermo: Op. Cit., 1959. Pág. 106.
[10] Romero, Luis Alberto: Op. Cit., 1995. Págs. 462-463.
[11] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 136.
[12] Rock, David: Argentina. 1516-1987. Desde la colonización hasta Alfonsín. Buenos Aires, 1983. Pág. 121.
[13] Ferns, H.: La Argentina. Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1973. Pág. 84.
[14] Arce, Facundo A.: “Ramírez abanderado de Mayo y adalid federalista”, en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas. Rosario, Universidad Nacional del Litoral, N° 9, 1966-1967. Págs. 92-93.
[15] Rock, David: Op. Cit., 1983. Pág. 122.
[16] Rock, David: Ibidem, 1983. Pág. 123.
[17] Rock, David: Ibidem, 1983. Pág. 123.
[18] Romero, Luis Alberto: Op. Cit., Pág. 464.
[19] Garavaglia, Juan Carlos: “El teatro del poder: ceremonias, tensiones y conflictos en el estado colonial”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 14, 2° semestre de 1996. Pág. 25.
[20] Garavaglia, Juan Carlos: Ibidem. 1996. Pág. 25.
[21] Rock, David: Op. Cit., 1983. Pág. 122.
[22] Myers, Jorge: Op. Cit., 1999. Pág. 114.
[23] Romero, José Luis: Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1975. Pág. 104.
[24] Romero, José Luis: Op. Cit., 1975. Pág. 102.
[25] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 148.
[26] Ozslak, Oscar: La formación del Estado Argentino: Orden, Progreso y Organización Nacional. Paidos. 2005. Pág. 46.
[27] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 147.
[28] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 148.
[29] Ferns, H.: Op. Cit., 1973. Págs. 93-94.
[30] Ferns, H.: Ibidem, 1973. Págs. 84-85.
[31] Garavaglia, Juan Carlos: Op. Cit., 1996. Págs. 28-29.